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domingo, 26 de mayo de 2013

Un viaje soñado.

Y decidí viajar. Ir a ver a mi hija. Ya era hora.

En un instante estaba ya con ella, viéndola. Dieciseis años habían pasado desde la última vez que la vi. Tenía frente a mi a una hermosa mujer de 20 años. De mi estatura, labios finos y boca grande, cabello castaño crespo, fino y  largo. Ojos negros como una noche sin luna y con la misma profundidad. Inteligencia asombrosa, y una chispa en la sonrisa que enamoraría al más seco de los hombres. En sus brazos acunaba a un hermoso bebé de no más de 3 meses, rubio como el que más. ¡Ya yo era abuelo! ¿En qué momento había pasado todo esto, y cómo es que nunca lo supe? ¿Por qué mi mente no guardaba recuerdos de todos estos años? La respuesta llegó a mi mente como una coz en la boca del estómago... Mi mundo se había detenido en algún momento diecisiete años atrás. Por primera vez en tanto tiempo comenzaba a vivir de nuevo.

Supe al ver la expresión de su rostro que estaba tan feliz de verme como yo de verla a ella. E igual de desconcertada. ¿Cómo tratar a alguien que es tan importante pero que no has visto en tanto tiempo?

Allí estaba. Y lo impresionante del asunto es que no estaba sola. Al lado de Aaliyah -mi hija- estaba ella. Con su amplia sonrisa plagada de dientes perfectos iluminando su rostro. Aali, como solía decirle, respondió a todas las preguntas que mi cerebro formulaba a una velocidad impresionante con un "¿viste, papi? ¿Recuerdas cuando te prometí que la rescataría para que estuviera con nosotros otra vez? Promesa cumplida. Como tú me enseñaste: las promesas siempre se cumplen."

Yo estaba atónito. ¡No podía creerlo! Nuevamente mi cielo estaba completo. Tenía frente a mi a mi cielo completo de nuevo; mi rayito de sol y mi rabo de nube. ¿Podía ser cierto lo que sentía en mi pecho?

Esa tarde en casa de mi hija conocí a su esposo. Un buen hombre por lo que pude percibir a primera vista. Muy atento, de gustos musicales respetables, culto. Estaba orgulloso de mi pequeña, aunque ya no lo era tanto, supo escoger.

Inteligentemente desapareció y me dejó con ella, solos en la sala. De mi boca sólo surgió un "perdóname, por favor". Su dedo se posó en mi boca, de la suya surgió un "ya te perdone, cuando descubrí que te seguía amando y que, definitivamente, yo tampoco supe cómo vivir sin ti". Todo era perfecto. Todo era real. Todo volvía a ser real. Todo volvía a tener sentido. Nuevamente tenía frente a mi a mis dos razones para despertar y luchar. Nuevamente podía respirar con normalidad. ¡Nuevamente VIVÍA!

Los días que siguieron fueron de una felicidad indescriptible. Centros comerciales, almuerzos en familia. Mi mamá llegó. Las risas no cesaban. Aaliyah preparó nuestra boda. Muy sencilla, pero espectacular. Valga acotar que cantaba la loquita, y muy bien. Una noche, mientras compartíamos una espectacular botella de Merlot, me dijo que estaba muy orgullosa de mi, y que mi música la había inspirado. Que quería que le enseñara un par de cosas, pues estaba esperando por el mejor profesor. Esa misma tarde le hice el sonido que tantos años atrás le hacía. Algo que sonaba como "uisshhhi uishhhhi". ¡Lloramos de la risa! ella sentía una vergüenza típica de quien es apenado por su padre con alguna anécdota de la infancia.

Como cantaba, pues fue ella la encargada de cantar el Ave María en la boda. Estaba mi madre, el esposo de Aaliyah, la familia de ella. Insisto, fue algo muy sencillo, pero encantador.

Llegó la noche, la fiesta. Una noche tan feliz como esa mañana del 12 de junio, cuando la escuché llorar por primera vez. O como aquella noche del 13 de enero, cuando sentí sus manos por primera vez en mi rostro. Pero todo era demasiado bello para ser real, y pronto la realidad voltearía mi cara con una cachetada típica de ella.

Al momento del brindis filmaba un video con mi madre que iba a enviar a papá, que no había podido viajar. Y vi en la mesa a un primo con quien tengo poco trato, y a su mamá, a quienes evidentemente no hubiese invitado.

Todo se transfiguró. Y un sentimiento ocupó el lugar que antes era de la felicidad: terror.

El más puro terror.

El aire abandonó mis pulmones con una violencia brutal, mi vista se nubló. En ese momento entendí lo que estaba sucediendo.

Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Y escuché salir de mi boca un grito desesperado: "¡no puede ser  un sueño! ¡por favor DÍGANME QUE NO ES UN SUEÑO! ¡no me hagan esto, por favor!

Mientras más caía en la realidad, más me desesperaba, más fuertemente lloraba, más se agotaba mi fuerza.

Vi la casa desmoronarse, desaparecer, como en esas películas de terror en las que las paredes son arrancadas de sus cimientos y se pierden en la inmensa nada. Mis piernas flaquearon bajo el peso de mi dolor, y caí boca arriba al suelo, a un suelo que se destruía a pedazos, pero mientras caía una pregunta que sonaba ajena salió de mi boca. Una pregunta que nunca hubiese hecho mi "yo" cuerdo. "¿Es que nadie me ama?" Inmediatamente vi a mi hija y a ella arrodillarse a mi lado, mi hija lloraba casi con tanta desesperación como yo lo hacía, ambas me abrazaron y Aaliyah me llevó hasta su regazo. Sentí una de sus lágrimas caer sobre mi frente mientras me decía entre sollozos "¡Yo sí te amo, papi!"

Y desperté, empapado en sudor y llanto. Tal y como me había dormido. Tal y como me duermo más noches de las que me gusta recordar.

Estaba en la cama de la cabaña algún hotel que no recordaba.

Me levanté.

Un cigarrillo parecía ser la única opción en ese momento. A las 4:00 a.m.

Salí procurando no despertar a mis compañeros de cabaña.

Salí, fumé, lloré.

Odié mi cerebro.

Me odié.

sábado, 18 de mayo de 2013

Reflexiones sobre la -mi- muerte.

La muerte...

Muchas veces me he preguntado en estos últimos meses si la muerte es en verdad un castigo o una "bendición", por llamarlo de alguna forma.

Hace un par de años decidí salir de , como yo lo llamé, "el closet religioso", y declararme abiertamente ateo, aunque algunos de mis más cercanos amigos parecen haberlo sabido desde antes que yo mismo lo supiera. Esa aceptación de mi creencia, o falta de ella, me ha hecho pensar -y descubrir- un par de cosas con respecto a la vida, y a la muerte misma.

Nuestro miedo a la muerte es algo aprendido. Es un cliché social. Nos enseñaron que la muerte es ese punto en el cual te juzgan por todo lo que has hecho en la vida. Todos aprendimos que si fuimos buenos (impecables), vamos al cielo, pero si nuestros pecados son suficientes, iremos al infierno donde sufriremos una eternidad de castigos y cosas feas y macabras. Por eso tememos a la muerte, porque todos sabemos que hemos pecado arrechamente y que, si todo el cuento es verdad, nos vamos a pudrir en el infierno abrazaditos a Virgilio y bajo las torturas de Hades, Satanás, Lucifer, Luzbel, El Ángel Caído, o como nos dé la gana de llamarlo.

Lo siento por los que creen. Para mí no es más que un inmenso mar de "BULLSHIT".

También he aprendido durante estos últimos meses que la muerte es algo a lo que no se le debe temer. Todos vamos a morir, tarde o temprano. Si la muerte fuera tan mala no nos moriríamos. Eso, al menos, es lo que yo creo. Morirse es tan natural como nacer. Es parte de nuestro ciclo de vida -o de muerte- y algo de lo que no vamos a escapar por más que lo busquemos, con médicos, con brujos, con astrología, con camida sana, con deportes. No importa lo que hagamos, no vamos a escapar de ella.

Y es aquí donde entro a mi relación personal con la doña con capucha negra, manos de hueso y una gran guadaña.

He estado durante estos últimos meses mirándole la cara, oliendo su aliento, que no es tan hediondo como algunos describen.

Pero, ¿por qué tenerle miedo?

Muchos dicen que cuando no hay nada que perder hay mucho por ganar. Pero ¿qué es lo que en verdad se gana cuando ya se ha perdido todo? hasta las ganas.

No la busco, pero no huyo de ella. Porque, como dije al principio ¿cómo saber si es una bendición o un castigo?

¿Es realmente la muerte un castigo del que se debe escapar? ¿o no es más que una salida a toda la mierda que nos ahoga sin compasión?

Quizás quien habla ahora no es más que un "yo"  que tiene demasiada cerveza encima.

Quizás quien ahora escribe estas líneas no sea más que un tipo ahogado por el remordimiento y a quien su consciencia le aplasta la poca cordura que su cerebro le ha dejado intacta.

Hace casi 4 años descubrí que comenzaba a vivir, luego de 29 años. Hace año y medio confirmé que estaba desesperadamente vivo... Hace 8 meses me dí cuenta que esa vida es simplemente un soplo de decisiones mal tomadas. De errores. De muerte interna.

Ya ni sé qué es lo que escribo... escribo más allá de mi consciencia. Más allá de lo que entiendo. Así van mis días, mis noches, mis amaneceres, mis anocheceres.

Y es que la muerte comienza cuando haces daño a la gente que realmente te importa. A la gente que más amas. En ese momento comienzas a morir. En ese momento dejas de vivir.

Yo, sinceramente, ya morí en buena parte.

Como dije: no busco la muerte, pero no le huyo.

Porque tener el alma muerta es el paso previo para la muerte física.

Mueran en paz. Mueran sin deber nada, de corazón.

Mueran cuando deban morir. Pero nunca maten lo que realmente desean. Porque en ese momento ya habrán muerto, sin remedio.

Feliz noche. Feliz Muerte.