.

.

jueves, 10 de julio de 2014

Pastelero, páseme un pastelito.

Está terminando el mundial. Ya están definidos los puestos para la gran final de una edición del máximo
evento del fútbol del globo que se ha celebrado entre muchísimas críticas, escándalos y shows sin igual.

Y es aquí, en esos chous, en los que nosotros los venezolanos no podemos dejar de hacernos sentir, porque para maromeros espectaculares estamos hechos.

Este post no habla de fútbol, o sí, pero no del deporte en sí, sino de nuestro siempre característico comportamiento ante un evento al cual no fuimos directamente invitados.

Creo que sería bonito aclarar el término que nos atañe antes de entrar de lleno al desarrollo del texto.

Tenemos entonces que un pastelero es aquella persona que expresa abiertamente su apoyo a un equipo que no le es propio, pues no lo une ningún vínculo geográfico, familiar, gentilicio, o cualquier otro detalle que le identifique con dicho equipo, sino que simplemente "le va" a ese equipo porque le gusta. Pero ahí no termina la cosa, el verdadero pastelero se destaca por lo inestable de su apoyo; pastelero que se precie viste la camiseta de un equipo distinto cada día. Y si su equipo pierde, no duda en cubrirse para que el resto de la gente no se burle. Es así como un "fan" a muerte de Colombia, pasa en el siguiente juego a rasgarse las vestiduras por Alemania (sin daños a terceros).

También tenemos a aquellos, para nacionalizar la cosa, que llora diciendo que a Brasil "lo robaron", pero que expresa sin resquemor alguno que La Vinotinto es una mierda... vamos, que lo es, pero esa es harina de otro costal.

Sin embargo no es de extrañar esta costumbre, que no nos es exclusiva a los venezolanos. Es común conseguir en todos lados gente con escasa personalidad, o que simplemente no desaprovecha la oportunidad para ser centro de atención o formar parte de algo (lo que sea) con tal de ser aceptada en el grupo de turno, pa' pertenecer, pues. Pretender analizar por qué sucede eso es tirarme una de psicólogo, y no lo soy.

Pero lo que sí soy es consciente de que en nuestras latitudes esto es más común, porque Venezuela nunca ha pisado un mundial. Evidentemente esto nos lleva a sentir simpatía por algún equipo que represente al continente, o por el cuál sintamos otro tipo de afinidad. No es de extrañar, no es de asombrarse. Es como que usted venga a Mérida y se sorprenda por encontrar, en una misma cuadra, 5 fanáticos de Magallanes, 3 de Leones, 1 de Cardenales, 2 de Águilas y así sucesivamente. ¡Vamos! Mérida no tiene equipo de Béisbol, o sí lo tiene, pero es así como AAAA ¿Qué coño vamos a hacer? ¿Irle a los paperos de Mucuchíes? ¿A los repolleros de Cacute? ¿A LOS PLATANEROS DE EL VIGÍA? No, no es nuestro caso ¡A alguien hay que irle! Es un caso similar, entonces. Al no tener una representación propia, pues tenemos total libertad para adherirnos a otra hinchada, buscando agruparnos para no sentirnos íngrimos, o simplemente "porque me gusta como juegan esos coñuemadres".

En el peor de los casos estos ambiguos fanáticos aprovechan el partido de turno para irle al equipo de mayor fama, al que tiene las mayores opciones de ganar, sin conocer ni siquiera el nombre de sus más importantes jugadores.

Imbéciles.

A ver. En este punto es fácil caer en una choque de opiniones: por un lado, si bien es verdad que hay que tener peos de personalidad ARRECHÍSMOS para no saber a quién coño irle, y estar cambiando de amor con cada nueva fecha. Ya que decidiste irle a Uzbekistán, ¡apóyalo así pierda, cabrón! Te gusta un equipo, apóyalo. Perdió y quieres mantener la emoción de la competencia, muestra simpatía por otro, pero no reniegues del anterior con idioteces como "Yo nuuuuuuuunca lo apoyé, sólo que si ganaba no me molestaba. Aunque yo sabía que perdería".

Ni hablar del fenómeno Rihanna, que ya es por todos bien conocido.

Por otro lado... Señores, por mucha arrechera que nos dé tener un pana que sufra de esta promiscuidad deportiva, tenemos que aceptar que cada quien le puede ir al equipo QUE LE DÉ LA GANA. Puede que me esté contradiciendo, pero simplemente hay que aceptarlos -así como uno acepta y quiere al primito bobo- y dejarlos ser, porque en nuestro intento por burlarnos de ellos, estamos siendo tan estúpidos como lo que criticamos. O sea, no me jodas, si tú estás en tu casa, y te provocó comerte una arepa rellena de camarones y queso palmita, y media hora después un helado de chocolate con trozos de piña ¿de quién es peo esa verga?

El asunto es que, le metemos al cabrón tan de frente, que la intensidad nos domina a niveles estratosféricos. Somos capaces de llamar pastelero a cualquiera en la calle que celebre un gol de cualquier selección, porque "esa no es La Vinotinto. Tienes que apoyar lo nuestro porque si no Dios nos castigará con un virus de incontinencia anal antipatriotica". Si se ponen una franela de cualquier equipo, si pone una banderita en el carro. Y surge la burla tipo "yo le voy a Alemania porque el tío de la amiga que le vendió el perro a mi abuela se cogió a una caraja en la Colonia Tovar". Sí, es cierto, hay algunos que le van a otros equipos por faranduleo y pertenecer y toda la paja, y provoca darles unos lepes ninja. Pero caer en intensidades, no me jodas. Si, MAMAGÜEVO, porque tú nunca te has puesto una franela del Barcelona, por ejemplo. ¿QUÉ CARAJO HACES CON UNA CAMISETA DEL INTER SI IRLE A OTROS EQUIPOS ES MALO?

Y si nos ponemos a hablar de aquellos que unen el mundial con política, nos salen los hijos maricos y locos.

Pero, como es costumbre, nos encanta hacer un show. O bien para andar buscando dónde meter la nariz para pertenecer, o para criticar al que hace algo que no nos gusta (grupo en el cual me incluyo).

No está mal burlarse de alguien por su multisexualidad futbolística, lo que sí está muy mal es llamar "pastelero" a todo el que quiera disfrutar de un deporte tan hermoso, como hincha, como espectador o como le provoque. Eso te convierte a ti, el intenso, en el ridículo del grupo. Por ende, no debería extrañarte cuando tu grupo te ignore cada vez que haya un partido, por mamagüevo, ridículo, intenso y metiche.

miércoles, 9 de julio de 2014

Retorno...

Sí, volví...

Muchos de ustedes, quienes en algún momento fueron asiduos lectores de las estupideces que me daba por escribir, habían solicitado este regreso. Otros tantos ni siquiera conocen la existencia de este blog. A aquellos mi agradecimiento por estar pendientes y querer más; a estos, bienvenidos a mi "centro de desahogo" personal. Espero que sea de su agrado, y si no lo es, la verdad, no me importa un carajo.

¡SORPRESA!

Quienes recuerdan lo que antaño escribía, no se extrañarán por la crudeza, por llamarlo de alguna forma, con que aquí me expreso -como hago siempre en cualquier ámbito-. Por tanto es menester advertir a los de reciente llegada que en algún momento puede parecerles demasiado franco.  Pero ¿qué les puedo decir? así soy yo.

Les explico un poco: Hace algún tiempo -mucho tiempo- lo que aquí se escribía era un desahogo muy personal acerca de ciertos temas cotidianos, podríamos decir que era un blog político (no politiquero) entendiendo que la política -más no el partidismo- abarca absolutamente todos los aspectos de nuestra vida y se basa, en buena parte, en la crítica de lo común, de lo diario. Luego, por razones que no vienen al caso, decidí borrar absolutamente todo lo que había escrito que, debo decir, era bastante. Tuve una época bastante prolífica y, ¿por qué no?, bastante apreciada. Lo que siguió a esa caída y mesa limpia literaria es lo que encontrarán ahora, si revisan los archivos.

Para algunos puede que sean letras lastimeras, pesimistas, obsesas y hasta incoherentes. Les otorgo total razón. Pero ahí se quedaron, y se quedarán. Porque simplemente, y ya lo he dicho antes, lo que un escritor -inmensa osadía la mía incluirme en ese gremio- plasma, no es más que un reflejo de lo que guarda dentro de sí. Un resquicio de lo que algunas vez se vivió, se sintió, se fue. Borrarlas sería, entonces, irrespetar una época de mi vida que dejó muchas experiencias, que buenas o no, siguen siendo experiencias. Están de igual forma en todo su derecho de leer, criticar, identificarse, burlarse o aplaudir, si ese fuere el caso.

Por eso les doy la bienvenida, una vez más, a este pedazo de mi vida.

Sólo les advierto algo: me gusta hablar con lógica, y la lógica tiende a herir a la gente. No mido las palabras que uso, soy grosero, retrechero y amargado. A muchos le arderá leer lo que escribo, y eso me gusta.

De aquí en adelante vuelve aquel Leo, el que muchos querían leer.

Sin nada más que decir, quedo de ustedes, queridos -y no tanto- lectores.

Que les aproveche.