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jueves, 15 de noviembre de 2012

Tardío. A modo de prólogo.

Mi blog cambió. Sí.

He notado que el cambio en mi escritura ha extrañado, conmovido e incluso impactado a mucha gente. Algunos me han expresado su preocupación. El blog cambió, sí. Y la razón principal de ese cambio es que yo cambié. Muchísimo. No soy el mismo de hace un año, de hace unos meses, incluso. Si soy mejor o peor, no lo sé, no puedo decirlo. Y la verdad es que no me interesa.

Este es mi nuevo blog. Un blog sin frenos, sin represiones, sin ataduras.

Mucha gente cree que lo que aquí escribo es una expresión lastímera de mis propios sentimientos. No lo corroboro, pero tampoco lo niego. La libertad del escritor le permite plasmar en las palabras un poco de su propia esencia en cada escrito que crea. Allí radica la magia de las palabras, en eso y en que el lector siempre estará en libertad de interpretarlas como mejor le convenga, como mejor satisfaga sus necesidades.

Todo dependerá siempre de la perspectiva del lector.

Las palabras permanecen allí, inamovibles, esperando que la mente de quien las lee les de un matiz distinto dependiendo de lo que desee o sienta en el momento en que las lea.

Nosotros, los escritores, aunque quizás peco de ególatra al incluirme en ese gremio, somos sólo un canal para hacer llegar esas palabras a ustedes. Algo así como aquél diálogo de Platón en el cual convertía a Homero en un medio de los dioses, así como a los rapsodas, para transmitir su divinidad.

Ustedes leerán como quieran, entenderán lo que quieran, interpretarán lo que deseen.

Yo simplemente seguiré escribiendo, hasta que mis dedos mueran.

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